Ilustraciones

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viernes, 13 de agosto de 2010

Prólogo

Ferviente católica, amorosa madre y esposa e incondicional con sus amigos, María Esther Lartigue, es sencillamente mi gran amiga de la vida, ni más ni menos que eso. Este sentimiento de amistad, por lo intenso, tal vez llegue a condicionar la opinión que pudiera tener sobre su obra, y temo no lograr ser objetiva. Con María Esther hemos atravesado momentos importantes de nuestra vida, hemos gozado y sufrido juntas, por lo que lo mío tratará de ser una mirada amorosa sobre su poesía, relacionándola con experiencias que hemos vivido juntas.
Cuando leo “Espéranos Señor no te canses de nuestros olvidos”, vislumbro a la María Esther que conozco, que me deslumbró por su claridad de pensamiento, su preparación intelectual, pero por, sobre todo, por la profundidad de la fe que profesa.
Pero continúo leyendo y encuentro “Vivir en carne viva sin gasas ni vendas que un temblor convulsivo me estremece”, y el texto me pone en alerta. Descubro a la escritora y, por eso también, aflora mi objetividad. Aparece otra María Esther, la poeta, que debo decir desconocía.
Como ya lo expresé, la sabía sensible, solidaria, creyente, pero en esta obra encontré a una persona que va más allá, busca la idea de la trascendencia, que evidencia el amor por el otro, la transcurrencia de esta vida, a veces dolorosa, hacia aquella otra que será, por fin, el encuentro con la paz y el amor infinito.
Seguramente este sentimiento, que también expresa en sus versos, está en su corazón y la acompañó durante toda su vida.
Ivana Canosa

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