“Felices los que trabajan por la paz,
porque serán llamados hijos de Dios”
(Mt. 5,9)
Mientras no ceda el hombre en su egoísmo
no existirá el sosiego en esta tierra,
desde Adán hasta hoy, sus habitantes,
no han buscado la paz sino la guerra.
Un instinto salvaje y desmedido,
la codicia y maldad que nos aterran
nos alejan aún más del paraíso,
nos alejan de Dios y nos destierran.
Sólo el amor nos salva y nos redime,
si se abre la puerta y no se cierra,
si podemos mirar a los hermanos
y curar las heridas aún abiertas,
si podemos sufrir con el que llora
y no esperar ninguna recompensa.
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