Ilustraciones

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viernes, 20 de agosto de 2010

Ana

Todo ocurrió el último día del siglo.
Las tres hermanas habían preparado un festejo para una fecha tan especial.
En la antigua casona de Palermo que habían conservado hasta ese momento para poder compartir con los suyos la despedida del año, realizaron los arreglos y encargaron la comida.
La casa representaba el pasado, era la residencia de la familia desde principios del siglo y en ella estaban depositadas las tradiciones y los mandatos ancestrales.
Cerca de las nueve de la noche comenzaron a llegar los comensales y todos se abrazaban afectuosamente.
El clima de alegría y de ansiedad que se vivía en esos días estaba exacerbado por la cercanía del año 2000.
La mesa había sido preparada con esmero y los sitios, señalados con hermosas tarjetas azules que resaltaban sobre el mantel blanco bordado. La mayor de las hermanas comenzó a inquietarse.
--- ¡Qué raro! No ha llegado Eduardo y tampoco vino Ana – dijo Delfina.
Los jóvenes habían instalado unos parlantes y la música llenaba el ambiente.
Cristina sabía que desde hacía varios años Eduardo y Ana tenían relaciones pero nunca había hablado del tema con nadie, trató de vivir con dignidad exterior la traición y la deshonra.
Ahora sentía miedo, no tenía fuerzas para enfrentar a los hijos y a las amistades, prefería seguir en el ocultamiento.
Pasaban los minutos y la angustia aumentaba.
--- Mamá, ven a bailar, no pongas cara de tragedia.
Ella comenzó a moverse al ritmo de la música.
“Ya hemos cumplido las bodas de plata, tenemos tres hijos sanos y hermosos, una buena posición, no nos falta nada”.
Cristina siempre se había preocupado por el ascenso social de su marido, ofrecía fiestas célebres en el ambiente por su buen gusto y creatividad pero sus energías siempre estuvieron depositadas en las apariencias.
--- ¡Comencemos a comer! - quería mostrarse alegre pero notaba, con preocupación los dos asientos vacíos.
Ana, era la hermana menor, se había casado muy joven, tuvo un hijo, una hija y quedó viuda antes de cumplir treinta años.
Era una mujer sensible y afectuosa, de modales delicados, Cristina pensaba en ella y no sentía rencor, tampoco sufría por la ausencia de Eduardo, su única preocupación era que los demás no se dieran cuenta de la verdad.
--- Probablemente han tenido una dificultad en la fábrica --- dijo Cristina con palabras firmes.
Ana siempre lo ayudó a Eduardo en la empresa, era la persona de su confianza y por ese motivo la relación íntima se disimulaba.
Llegaron las doce y todos comenzaron a abrazarse; el brindis acompañado por los estruendos que llegaban de afuera se prolongaba en cantos y risas.
De pronto sonó el timbre y la hija de Ana corrió a abrir, era un mensajero, abrió el sobre con desesperación y comenzó a leer. En la sala se hizo el más absoluto silencio.
“Querida familia:
A partir de hoy queremos vivir en la verdad.
No podemos seguir ocultando nuestra relación y hemos decidido afrontar todas las consecuencias de nuestros actos.
Los amamos a todos y deseamos que estén felices, nosotros no quisimos compartir este momento con ustedes porque necesitamos reflexionar sobre nuestro futuro”. Eduardo y Ana
Todos se miraron atónitos y aunque nadie hablaba, todos confirmaron las sospechas que tenían.
Cristina con un gesto de indiferencia elevó el tono de la música y les dijo a todos:
--- ¡A bailar! ¡Aquí no ha pasado nada!

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