Ilustraciones

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viernes, 20 de agosto de 2010

Carmen

- ¡Ponete el vestido rojo!
Esas palabras rondaban los pensamientos de Dedé.
Hacía unos días que lo notaba raro a Marcos. Había regresado del campo imprevistamente, parecía preocupado, hablaba poco y no sabía el porqué.
Le extrañó que le eligiera un vestido especial para la función del Colón, ya que él nunca había prestado atención a esos detalles.
Era afectuoso, pero su vida transcurría entre la administración de los campos, sus tardes en el Jockey, sus viajes de negocios y, por supuesto, las veladas líricas.
Sentía fascinación por la música pero sobre todo por el canto.
Ella lo acompañaba, pero a veces se aburría. En general, no soportaba algunas óperas, le resultaban interminables.
Pero los dos coincidían en algunos títulos, como Madame Butterfly, Carmen, La Traviata…
El mundo de Dedé pasaba por otros carriles. No habían tenido hijos y el amor que sintió al comienzo por Marcos había mutado en respeto, afecto, rutina y costumbre.
Hacía varios años que estaba dedicada a las antigüedades junto con su amiga Mariana.
Esa ocupación, que se había transformado en pasión, cubría el vacío que ella sentía.
Se había especializado en muebles coloniales y viajaba por las provincias tratando de encontrar piezas valiosas.
También recorría los países andinos, Bolivia y Perú, para descubrir objetos del mismo estilo.
La comunicación con Marcos era fría, lacónica y formal.
Dedé conoció a Tomás hace dos años.
Todo comenzó como una amistad comercial. Él había construido un gran edificio y les pidió a ellas que decoraran los interiores.
Se veían a menudo en los primeros tiempos y así nació la relación.
Él era de la misma edad de Dedé y compartían gustos, temas e inquietudes propias de su generación.
Ella recordaba que cuando lo conoció a Marcos le resultó atractivo, sus canas acentuaban su aire distinguido, era elegante y fino en el trato pero sintió que la diferencia de edad era muy grande.
La mamá de Dedé insistió en que era un buen candidato, un hombre rico y de la alta sociedad y le repetía que si lo dejaba pasar se arrepentiría.
Dedé era dócil y había sido educada para seguir los mandatos sociales y por eso aceptó. Los veinte años que le llevaba Marcos no se notaban tanto en el primer momento, pero los años pasaron y ahora se habían convertido en un largo puente que los separaba.
A los cuarenta años ella estaba llena de proyectos que compartía con Tomás.
Varias veces había pensado en separarse pero le costaba tener que decírselo a sus padres pues sabía el sufrimiento que eso les causaría.
- ¡Ponete el vestido rojo!
Sacó el hermoso vestido que había usado en una sola ocasión, lo extendió sobre la cama y con desgano comenzó a vestirse.
Oyó la voz de Marcos: - ¡No te demores, ya sabés que el Colón no espera!
Marcos se colocó el smoking negro, abrió la caja fuerte y extrajo el arma, la contempló, y lentamente la guardó en su bolsillo derecho.
Ese día el Colón estaba desbordante, cantaba la mejor mezzosoprano del mundo, nadie faltó a la velada. Llegaron a tiempo y ocuparon el palco. Él no había querido invitar a nadie esa noche, le había dicho a Dedé que quería disfrutar de “Carmen” en soledad.
Comenzó la ópera y la música de Bizet llenó la sala.
La orquesta interpretó el Preludio como nunca antes lo habían escuchado, la canción del torero sonaba como un presagio.
La protagonista desplegaba todos sus encantos y la interpretación de la Habanera fue maravillosa.
Marcos no habló en toda la noche, estaba como abstraído, su mirada estuvo siempre fija en el escenario y tenía una expresión de profunda tristeza. Dedé pensó que el clima de la ópera lo había atrapado, pero estaba preocupada.
Cuando sonaban los violonchelos ella sentía un estremecimiento, tal vez la angustiaba el ya conocido final, pero no entendía por qué Marcos no hablaba.
Por momentos, la miraba de una manera extraña, no se sabía si con amor o con odio.
Por la mente de Marcos se cruzaban los pensamientos más confusos.
“¡La amo con locura, no podré vivir sin ella!”
“¡No puedo soportar más el engaño, no puedo seguir viviendo así!”
“Carmen” continuaba su camino de seducción, ya había caído don José en sus redes.
Al finalizar el acto el público aplaudió de pie. Durante varios minutos los intérpretes debieron saludar, nunca habían asistido a una función igual, fue maravillosa, había un clima especial en la sala.
Marcos no quiso salir del palco, ella fue hasta el toilette y allí se encontró con varias conocidas. Todas le preguntaban por Marcos, por qué no iban a la confitería, donde siempre se reunían con los amigos pero Dedé lo justificó con elegancia.
La ópera estaba llegando al final, ya el torero había conquistado a la protagonista y Don José no podía soportar más los celos.
Marcos no podía pensar, una sorda angustia lo embargaba. La mataría en el palco un momento después de que el público abandonara la sala.
El tiro se lo daría en el corazón, por eso le pidió que se pusiera el vestido rojo.
Y él ¿qué haría después? ¿también terminaría ahí su vida?
Unos días antes había descubierto la carta. Tomás le confirmaba a Dedé el viaje que ambos harían por Oriente, sería el principio de su nueva vida y el final de su matrimonio.
¡No lo podía soportar!
Marcos ya no escuchaba la música, sintió que su mente se oscurecía, había muerto Carmen en escena y allí su corazón se quebró; comenzó a llorar angustiosamente. Él amaba a Dedé y siempre la había amado ¿cómo podía pensar en destruirla? ella no era una posesión de él, sabía que la diferencia de edad los separaba y también comprendió que no podía someterla a una vida vacía.
Terminó Carmen y lentamente se fueron alejando del palco, bajaron las anchas escaleras de mármol y regresaron silenciosos a la casa.

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