Ojos cansados de sol
manos resecas de sal
piernas de equilibrista
en un vaivén de espuma
vas en busca del fruto
que se esconde en el mar.
Un día y otro día
desenredas las redes
que unas arañas tejen
solitarias, calladas.
Confías en tu esfuerzo
pero también en Dios.
Soportas duros fríos
y tórridos calores
no te detiene el viento
ni te frenan las olas
que te suben y bajan
en un ir y venir.
Tu labor milenaria
con sabor a evangelio
nos recuerda a aquel Pedro,
también crucificado,
que fue la piedra viva
que Cristo consagró.
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