Siempre fuiste la mimada de la familia: la primera hija, nieta y sobrina. En la gran casona todo cambió cuando tú naciste.
Pero sentías predilección por la tía Elena y ella por ti. Pasaban largas horas jugando. Tú la mirabas arrobada, había algo en ella que te eclipsaba, tal vez porque era la más joven de las hermanas, sus largos cabellos castaños enmarcaban un rostro de rasgos finos y su piel blanca contrastaba con los ojos de un azul intenso.
Un día algo cambió, tu mamá comentó en una reunión de amigas que Elena viajaría a Francia para acompañar a su futuro esposo en la embajada.
La fiesta de casamiento fue fastuosa, tú corrías entre las mesas decoradas con rosas té y tocabas la larga cola de la novia. No entendías demasiado las normas de cortesía, estabas viviendo un cuento de hadas.
Cuando partió, la extrañaste y muy seguido escuchabas la voz de tu madre:
- Delfina, la tía Elena te envía muchos besos.
Al llegar las cartas, todo se revolucionaba. La abuela no podía contener su orgullo y le decía a su hija:
- Te dije, que Arnoldo era un gran partido, Elenita se está relacionando con la nobleza europea, frecuenta las mansiones de la alta aristocracia y hasta visitó la residencia del presidente de Francia… .
Tú no comprendías demasiado pero todo lo que escuchabas quedaba grabado en tu memoria.
Pasaron dos años cuando te dijeron que la tía Elena llegaría a Buenos Aires por algunas semanas.
Prepararon la casa, lavaron las amplias cortinas y llenaron de flores los jarrones de porcelana, todo estaba brillante.
Tú sentiste una gran felicidad, pues volverías a tener sus besos cariñosos. No quisiste separarte de ella durante toda su permanencia en la ciudad.
Fue el último día cuando la visitó José, quien había sido su novio hasta que conoció a Arnoldo. Tú estabas con ellos y te pidieron que los aguardaras porque debían conversar a solas en la biblioteca.
No pudiste resistir la tentación y espiaste temerosa-mente. Después de acercar tu ojito a la
cerradura te escapaste angustiada.
Desde ese momento no quisiste estar cerca de la tía Elena, había sentimientos dentro de ti que no tenían nombre todavía pero que provocaban tu rechazo.
Pasaron veinte años y tú también respondiste al mandato familiar, tienes una alta posición social. Adolfo, tu esposo, pasa sus tardes en el Jockey Club y algunas noches asistes desde tu palco a las funciones de gran abono en el Colón donde te relacionas con la gente más prestigiosa. Deberías estar feliz.
Pero en tu memoria siempre aparece la tía Elena, sobre todo, cuando te encuentras a solas con Javier y ahora sí conoces los nombres de aquellos sentimientos y vuelves a sentir por ti la misma impiedad que te separó de tu admirada tía.
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