Ilustraciones

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viernes, 20 de agosto de 2010

Marta

Marta recorrió sigilosamente el corredor, a la derecha los ascensores estaban detenidos, las rejas antiguas y profusamente trabajadas dejaban ver el vacío, no se oía ningún ruido.
Miró inquieta hacia los costados, se escondió detrás de una columna del largo pasillo y esperó; el silencio era total.
De puntillas se acercó al portón, colocó la llave y giró suavemente haciendo una leve presión, entró y lo cerró tras de sí.
Con la linterna recorrió cada rincón, los muebles eran antiguos, en una de las paredes se alzaba la biblioteca, junto a los altos sillones coloniales tapizados de brocato rojo, hacia el frente dos grandes ventanales y a su izquierda dos puertas.
Se sentó y secó el sudor de su rostro, buscó en sus bolsillos una llave y lentamente se dirigió a uno de los postigos, intentó abrirlo pero no pudo, fue hacia el contiguo introdujo la llave y cedió.
Al iluminar el centro de la habitación lanzó un grito, sobre el lecho había un cuerpo de mujer que yacía inmóvil.
Se acercó, tocó la piel tibia, aterciopelada pero artificial, rozó el pelo que con rigidez sintética cubría la frente, observó los ojos fijos y vidriosos.
Lentamente se fue alejando, las lágrimas empañaban su mirada y en la soledad del lugar sólo se oía su sollozo débil y contenido.
Cerró las puertas y se alejó con la cabeza baja.

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