Ilustraciones

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viernes, 20 de agosto de 2010

Inés

Sintió un dolor punzante, helado, que penetró hasta sus entrañas, se inclinó lentamente, hasta que perdió el sentido.
Juan era un hombre tranquilo, nunca se había mezclado en riñas, intrigas o cosa raras, como decían los vecinos.
Desde pequeño había aprendido a reparar relojes junto con su padre y fue tal la pasión que sintió por esas precisas máquinas que se olvidó de las travesuras propias de la edad.
Su vida estaba al margen de los que lo rodeaban, no tenía amigos, sólo se vinculaba con sus familiares.
Algunos pensaban que era indiferente a todo lo que ocurría a su alrededor, otro creían que era antipático y orgulloso.
En su interior era un hombre sensible, idealista y bondadoso.
Su vida cambió cuando se mudaron los nuevos vecinos, un matrimonio joven con dos pequeños.
Desde el primer día Juan se sintió atraído por esa mujer que cuidaba de los niños con amor y siempre se mostraba afectuosa con todos.
Él escuchaba con dolor las discusiones familiares y pedía a Dios que cuidara de Inés y de sus hijos.
Hasta que aquel veintiséis de Septiembre no pudo contenerse.
Comenzó a escuchar los gritos desesperados de la joven que imploraba auxilio, tomó coraje y golpeó con fuerza la puerta hasta que le abrieron.
Todo fue muy rápido. Juan se abalanzó sobre el hombre enfurecido. No pudo tolerar que lastimara a la pobre mujer que lloraba dolorida por el maltrato recibido.
Un dolor punzante y helado fue lo último que sintió.

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