Ilustraciones

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viernes, 20 de agosto de 2010

Julieta

Sabía que su matrimonio se había resquebrajado y era difícil encontrar la causa, pues no creía que hubiera otra persona en la vida de su marido. Simplemente la rutina y la costumbre estaban minando la relación.
Ella lo amaba pero ¿qué era el amor a esta altura de la vida?, se preguntaba, ¿la necesidad del otro?, ¿compartir un paseo?, ¿poner dos platos en la mesa?, ¿un beso cariñoso o simplemente el roce de unos labios en su mejilla?
Era un marido amable y respetuoso, hasta se diría que cálido, pero ella notaba que la pasión se había apagado.
Se acostumbraron a verse sin mirarse, habían perdido el interés por los temas del otro, la vida se hacía tediosa y junto al amor se había sepultado el buen humor.
Algunas veces había reproches encubiertos pero los dos se habían encerrado en sus propias certezas y negaciones, cada uno creía que el otro era el culpable.
Una noche antes de acostarse Julieta pasó por la biblioteca para despedirse y como al descuido dejo caer el papel.
Cuando habían pasado unas horas y Pedro se dirigía hacia el dormitorio levantó del suelo la carta y casi desganado la desdobló y leyó el encabezamiento:
“Mi muy querida Julieta”
Intrigado no pudo despegar los ojos hasta el final.
“Quiero que sepas que a pesar de haber vivido tan lejos de ti durante tantos años, siempre te recordé.
Al leer esa carta donde me contabas el inmenso amor que sientes hacia tu esposo, no pude evitar los celos y la envidia.
Aunque mi amor no tiene respuesta, quiero que sepas que eres la única mujer que ha estado y está en mis pensamientos y en mi corazón”.
Leandro
Pedro sintió algo extraño en su cuerpo, se sentó nuevamente en su escritorio y se puso a pensar en su vida junto a Julieta.
¿Cómo era posible que un hombre que no tenía
posibilidades de ser correspondido la amara así?
¿Por qué él se había convertido en un autómata?
Tal vez el trabajo, las preocupaciones cotidianas…
Pero él realmente la amaba, no podía pensar su vida sin ella.
Se levantó decidido, entró al dormitorio y la vio dormida.
Se arrodilló junto a la cama y comenzó a besarla con desesperación, ella abrió los ojos y con fingido sobresalto le preguntó qué le pasaba.
Pedro no pudo responder sino con besos húmedos de lágrimas.

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