Abro la bolsa y cada vez que meto la mano me muerde un recuerdo.
A veces la dejo cerrada.
¡Cuánto mediterráneo! Pero lo más importante era lo francés, era Auch con bechamel, pero que mal estamos con Perón, ingeniero funcionario del ministerio y te mandaron a llenar formularios. Habías dicho que no al luto y tuviste que ponerte la corbata negra, había que darle de comer a los chicos y si no te afiliabas te echaban y así al final del cincuenta y cuatro no aguantaste más y te liberaste, para ellos uno menos, sobre los caballos negros caían las flores violetas de los paraísos. Y volvieron a florecer y cuando Nazca olía a paraísos, te siguió mamá. A veces tenían broncas pero se le terminó el aire cuando vos te fuiste.
Se oía la Libertadora. Que difícil era para tres chicos vivir solos. Diste fruto antes que flores, eras maestra de auroras madrugadas a los dieciséis, pintabas con rouge una adolescencia negra.
Jesús y María, la fuerza, dormir sola, miedos furtivos, ojos que eran sin ser, la corrida de la estación al volver y el orgullo que se comía el hambre.
Bailaban las ilusiones con Doris Day, picoteabas francés, inglés y portugués pero no quedó nada ni de latín ni de griego.
Tendría que seguir filosofía, caminaba sábados en las villas, llevar ropa, comida, visitar presos, pero nunca pudiste soportar el mal olor, ni las pústulas, ni tomar su mate ni su agua, no pudiste ser uno de ellos ¡Teresa de Calcuta!
Y él se me hizo yo y olí el sol y comí su luz ¿por qué tanto a mí? Fuimos ramas del mismo tronco, besamos las mañanas de Villa del Parque, deshojamos la Universidad Católica.
Y plantamos palmeras, pinos, dimos cuatro frutos sin haber dado flores y tuve que encontrarme conmigo para madurarlos y ahora nos maduran ellos, nos obligan a ser para ser, nos piden que seamos cristal para su espejo y seguimos siendo tronco rugoso pero amado.
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