Había comenzado a estudiar Filosofía.
Siempre le gustó leer y aunque en realidad no sabía demasiado sobre la materia, la atraía la idea de profundizar en el conocimiento de la verdad.
En su cabeza se cruzaban preguntas, dudas, curiosidades y expectativas.
Un sinfín de palabras nuevas la sorprendían: esencia, existencia, idealismo, realismo…
Era un mundo desconocido que a los dieciséis años se abría ante sus ojos.
Cursaba Introducción a la Filosofía por la tarde y en esa clase lo conoció.
Melina se sentaba en la primera fila, no quería distraerse y escuchaba atentamente sus clases.
El profesor Marín llegaba puntualmente, era joven, de estatura mediana y siempre lucía una barba incipiente que acentuaba su aire bohemio.
Hablaba pausadamente y Melina lo miraba arrobada.
Ella sentía que él le dedicaba sus clases especialmente y por momentos creía que estaban solos y el mundo desparecía a su alrededor.
Comenzaron a estudiar los filósofos presocráticos, Heráclito, Tales de Mileto después llegaron los padres de la Filosofía, Sócrates, Platón, Aristóteles…
Algo ocurría entre los dos aunque los compañeros y las compañeras de Melina no percibían nada.
Un día al salir de la facultad se cruzaron en un barcito de la esquina.
Melina trató de actuar con naturalidad, pero sintió algo extraño, pensó que él la miraba con ojos de enamorado.
- ¿Puedo sentarme?- le preguntó.
Y Melina , nerviosa y confundida le contestó que sí.
Hablaron de sus vidas, le preguntó a Melina dónde vivía, qué le gustaba hacer los fines de semana, si tenía hermanos.
Ella respondía pero no se atrevía a hacerle ninguna pregunta.
Las clases continuaron normalmente, es una manera de decir, para Melina cada clase era un encuentro amoroso, él la miraba y le sonreía.
Melina estudiaba con entusiasmo y trataba de participar en las clases.
Un día al salir del aula la llamó y le pidió el teléfono, Melina ruborizada se lo dio y al volver a su casa sintió una inmensa felicidad.
Comenzaba Septiembre y ya habían empezado a brotar los árboles.
Un olor a azahares inundaba el aire cuando llegaba a su casa ya que en la vereda había naranjos.
Estaba feliz, era su primer amor y el corazón se le aceleraba cuando pensaba en él.
Comenzó a llamarla y tenían largas charlas telefónicas, él le contó que su familia era de Salta, que vivía sólo en Buenos Aires y que estaba escribiendo un libro.
Un día la invitó a salir y cuando le tomó la mano y la besó, Melina creyó que flotaba en una nube.
Y fue el veinticinco de septiembre cuando ocurrió lo inesperado.
Estaban en la clase, sus miradas se cruzaban amorosamente, pero de pronto oyeron un ruido extraño, entraron dos hombres altos y con decisión y fuerza le colocaron al profesor Marín una capucha en la cabeza, le sujetaron las manos detrás de la espalda y lo empujaron fuera del aula.
Melina comprendió después de muchos años de dolor que fue un desaparecido más.
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