Habían organizado el paseo con un mes de anticipación, sería una manera de celebrar el segundo aniversario.
Desde temprano comenzaron a preparar los bolsos, estaban felices, realmente se amaban, habían comprobado que la mutua presencia los llenaba de gozo.
Tomaron el tren para viajar más cómodos. Además recordarían los primeros encuentros en la estación, el primer beso en el asiento del fondo.
Era un día luminoso y fresco, todavía las azaleas estaban florecidas, el lila se mezclaba con el blanco y los distintos matices del verde.
Los sauces descansaban serenos sobre las aguas y a lo lejos los cipreses formaban una pared compacta. El canto de los jilgueros se sobreponía al piar simple de los gorriones.
De pronto un bigüá se precipitó sobre las aguas interrumpiendo la serenidad de ese instante.
Alquilaron una embarcación, subieron los bolsos y saltaron ágilmente.
Él comenzó a remar hacia la isla mientras ella manejaba el timón.
Una sensación de plenitud los envolvía, la canoa pare-cía deslizarse plácidamente sobre las aguas tranquilas. Recorrieron un trecho hasta que, imprevistamente, comenzaron a girar en tirabuzón, se abrazaron y el remolino los absorbió hacia el fondo.
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