Ilustraciones

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viernes, 20 de agosto de 2010

Viviana

Nos conocimos junto al mar. Era un día límpido de marzo, el sol todavía era intenso y el verano persistía a pesar del calendario.
Yo estaba recostada en la playa cerca del agua, siempre me gustó sentir la brisa en mi cuerpo y escuchar el rítmico sonido de las olas.
Estaba leyendo las Rimas de Bécquer y volvía a repetir aquellos versos que me conmovían hasta las lágrimas.
“Podrá nublarse el sol eternamente
Podrá secarse en un instante el mar”
Tal vez la emoción del poeta o la magia del ambiente me habían predispuesto pues cuando sentí la voz de un hombre a mis espaldas me sobresalté.
Era de un timbre profundo, cálido, volví la cabeza y lo vi de rodillas detrás de mi reposera, tenía en la mano mi pañuelo de cabeza.
--- Perdone, pasaba por aquí y el pañuelo se
deslizó en ese momento.
Sonreí agradecida.
--- Siento haberla inquietado, la noté tan ensimismada en la lectura - me dijo.
--- Sí, son las Rimas de Bécquer.
--- “Pero jamás en mí podrá apagarse la llama de tu amor” – recitó pausadamente.
Me sonrojé y casi no podía contestarle ¿era una simple coincidencia o había algo inexplicable que nos unía en ese momento?
--- Son mi versos preferidos, tal vez porque siempre soñé con un amor total, trascendente, eterno – le dije emocionada.
--- Yo también esperé hasta ahora ese amor pero no lo encontré – respondió.
Me invitó a caminar por la orilla del mar, yo sentía que estábamos solos, no veía a nadie, solo el mar, el cielo, la arena y nosotros dos.
Nos seguimos encontrando en la playa durante diez días, hasta que una mañana no lo vi llegar y
comencé a preocuparme.
Cuando pasaron algunas horas me sentí angustiada.
Sabía su nombre, Roberto Villar, pero no tenía otros datos.
Llamé al hotel y me respondieron que había partido.
Regresé a Buenos Aires, desconsolada.
Todo me parecía triste, había perdido el sentido de mi vida.
Iba al estudio y volvía como una autómata.
Por las noches miraba el cielorraso con la vista perdida, y sólo me preguntaba ¿por qué?
Pasaron dos meses desde aquel día pero seguía
recordándolo, ni una explicación, ni una disculpa, ni una despedida.
Una noche escuché el timbre y me sobresalté, ¿quién podría ser a esas horas?
Con desconfianza observé por la mirilla y lo vi.
La sorpresa me dejó inmóvil, en mi interior se mezclaban el rencor y el deseo de abrazarlo, traté de componerme y le abrí.
--- Amor - me dijo - perdona mi ausencia, sé que no entiendes pero no dudes de mí.
Lo abracé con desesperación.
--- ¿Por qué no te despediste?
--- No pude hacerlo. Debía regresar a Buenos Aires para entrevistarme con el médico que me operó.
Esperaba el resultado de la biopsia y temía lo peor, no quería que sufrieras, me dijo con la voz quebrada.
Yo lloraba desconsolada y él me secaba las lágrimas.
--- Todo ha salido bien, mi amor, ahora sí podremos estar juntos para siempre.

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